Entre las losas

Luces blancas esperaban, la esperanza acompañaba.
La tarde roja caía lenta por las prisas y los caminos eran demasiados.
No sé elegir cuando no se puede fallar.
¿O sí?
Meterse en la boca del lobo era un juego al que empezaba a ganar con demasiada facilidad.
Odio que esos dientes que me muerden sean tan seductores, la conversación interna volvía una vez más...
Cansar mis pies lejos de su foco me hundía a cada segundo, el frío que me iluminó marcó la temperatura preparatoria y la destilación acumulada no era buena amiga.
Largos adoquines nos guiaron en silencio.
Ya llegamos.
Hace frío.
Distancia.
Mismo abrigo, mismas dudas.
Suave látigo el que derramó mares sobre blancas nubes.
Y ahí estaba yo: tumbado, caído... y ahí estaba él de nuevo, con sonrisa de pena y burla, podía oír su suspiro. Sus palabras me abrazaron con dolor, cual padre que levanta a su hijo tras caerse:
"No debías haber salido, te lo advertí, te avisé que te harías daño... Pero solo así se aprende".
Ego.
No le hice caso (ya discutiría con él en otro momento), debía levantarme.
Pero no me levantó él, no me levanté yo: una mano, lastimada y juguetona que reptaba entre las losas.
La incertidumbre sonreía sentada sobre mi, jugando al olvido con susurros de energía.
Sinvergüenza.
Traidora.
Diosa.
Me levantó para llevarme a caminar.
Nos pusimos el uno al otro en la salida.
Camino pleno.
Lejana y nueva meta en aquel momento.
Pero... ¿a quién le importa el destino?
¿A quién le importa la Luna cuando puedes ver las mejores estrellas?
Los sueños son fáciles cuando vienen a pares.

El despertador, viejo enemigo de Morfeo, con su beso atronador, me dio los buenos días, mojó mi pulgar en su lengua y me señaló la tinta levantando sus cejas.

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